viernes, 27 diciembre, 2024
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El clic en la vida de Santi, un niño sordo, cuando su vida comenzó a transcurrir en Lengua de Señas Argentina

“Una noche tuvo una pesadilla y no le podía decir nada para calmarlo. Me quedó acariciarlo y listo, aguantar”. Hacía pocos meses que Grisel había recibido el diagnóstico de hipoacusia profunda de Santiago, su hijo de poco menos de dos años. Aquella noche la madre era pura impotencia: sin la posibilidad de usar palabras, le resultaba difícil transmitirle tranquilidad al bebé.

Los meses previos habían sido un torbellino para Grisel y para Gonzalo, el papá de Santiago. Del llamado de la guardería, donde descubrieron que Santi, ya de un año y medio, no escuchaba, a la audiometría que confirmó que recién percibía decibeles tan altos como el despegue de un avión. “Quedé superangustiada”, recuerda Grisel. Pero, en medio del shock, la instaron a moverse: “Me dijeron: ‘Tenés que sacar el Certificado Único de Discapacidad (CUD), tramitar audífonos, ver a tal profesional. No tuve margen para elegir profesionales, pero tampoco hubiera tenido criterio, no sabía nada del tema”, dice.

Los médicos le dijeron a Grisel que tramitara audífonos y un implante coclear. Pero aquella noche de pesadillas e impotencia la madre sintió que necesitaba algo más para estrechar la comunicación con su hijo. Comenzó a averiguar sobre la comunidad sorda y al poco tiempo a aprender Lengua de Señas Argentina (LSA). Faltaban aún casi 13 años para que la LSA fuera reconocida por ley como la lengua originaria (primaria) y natural de las personas sordas, algo que se materializó con la sanción de la ley 27.710 en 2023. Pero Grisel ya comenzaba a percibir la necesidad de comunicarse con su hijo mediante una lengua visual. Aunque Santiago recibió un implante coclear, no hubo un cambio esencial y su mamá siguió aprendiendo LSA y comunicándose con señas con su hijo.

Santiago (en el centro), junto a Grisel (derecha), Joaquín (la pareja de Grisel, izquierda), y sus hermanas

A los 3 años, Grisel y Gonzalo anotaron a Santi en un jardín de infantes para niños sordos de tradición oralista, es decir, enfocado, sobre todo, en la rehabilitación oral y auditiva. Aunque en esta escuela, cercana a su casa en Parque Patricios (CABA), se enseñaba desde el español oral, algunas maestras sabían LSA, al igual que ciertos compañeros, hijos de familias sordas. “Empezó a traerse más señas del jardín, a incorporarlas más rápido”, recuerda Grisel.

Aunque los profesionales de la salud con los que se atendía Santiago desestimaban que aprendiera LSA, sus padres notaban que su hijo tenía una facilidad natural para incorporarla. Y terminaron de confirmarlo cuando, con seis años, lo cambiaron a la Escuela Bilingüe para niños, jóvenes y adultos Sordos y Formación Integral N° 29 D.E. 18 – Dr Osvaldo Magnasco, también de la Capital Federal. Este tipo de escuelas consideran la LSA como la primera lengua de los estudiantes sordos, y desde ella se imparten los contenidos. En paralelo, se promueve que aprendan como segunda lengua el español escrito y, si fuera posible, también oral.

“Fue un click. Su vida comenzó a transcurrir en LSA. Él siempre había sido de responder con monosílabos y de pronto volvía a casa y seguía hablando en LSA, se armaban diálogos en casa”, dice Grisel.

Las docentes le explicaron a la madre que eso era esperable: que un niño sordo, como Santiago, desarrolla naturalmente mejor una lengua visual que sonora.

Para entonces, no solo Grisel había aprendido señas. El padre, que estaba separado de la madre, la llamaba cuando estaba con Santiago para que tradujera las señas del niño, hasta que percibió la necesidad de hablarle en su idioma. “Notó que se iba a quedar afuera”, recuerda Grisel. Lo mismo hicieron las nuevas parejas de ambos progenitores (Joaquín y Fernanda).

Pero, además, cuando la LSA comenzó a fluir, el comportamiento de Santiago cambió. “Se nos comenzó a hacer todo más sencillo. Él era inquieto, se escapaba para todos lados, había que correrlo. Pero eso bajó un montón cuando empezó a señar”.

“A los niños les genera ansiedad no poder comunicarse con sus familias”, explica Cecilia Alonso, una mujer sorda y docente de LSA y Cultura Sorda en el Osvaldo Magnasco.

“No hay ninguna prueba científica de que la persona sorda va a ser perjudicada por aprender primero la LSA”, aclara por su parte Julia Valmarrosa, directora ejecutiva de la Asociación Civil Canales, que promueve la inclusión de niños, niñas y adolescentes sordos a partir de la LSA, y exintegrante de la comisión directiva de la Confederación Argentina de Sordos (CAS).

Se trata de una puja histórica y global. Por mucho tiempo, en el mundo las lenguas de señas estuvieron prohibidas. Y a pesar de los intentos por erradicarlas, al ser naturales en las personas sordas, estas lenguas resistieron y prevalecieron a lo largo del tiempo en diferentes países, explica Alonso (a propósito, cada país tiene su propia lengua de señas).

Desarrollo

Para acceder a la lengua escrita es necesario primero conocer el mundo a través de una lengua natural. Todo lo contrario a lo que le explicó una docente de la escuela oralista a Grisel. “Su lema era que ahí les enseñaban a ‘escuchar’, para poder hablar, para que entonces pudieran pensar. Me horroricé al escucharla”, recuerda la madre.

“Gracias a la LSA, las personas sordas van a poder desarrollarse cognitivamente y comprender el mundo que los rodea”, explica Valmarrosa. Y remarca: “Desde los 0 hasta los 5 años, debemos empaparnos en la lengua y nutrirnos de ella, a eso se le llama inmersión lingüística”.

Distintas investigaciones avalan los beneficios de que infancias sordas entren en contacto con la lengua de señas desde sus primeros momentos de vida. Por ejemplo, una de ellas, realizada por cuatro universidades estadounidenses y la Universidad de Hamburgo, sugiere que “a los niños sordos se les debe enseñar una lengua de señas en los primeros años. Esto no excluye el entrenamiento oral-auditivo y la tecnología de asistencia. Con una primera lengua sólida (una lengua de señas), el niño puede volverse bilingüe”.

“No podía conformarme con otra cosa. Yo sentía la necesidad de contar lo que me pasó en el día, de cómo me sentí. De intercambiar emociones. No me alcanzaba con solo decirle cosas como: ‘Andá a la escuela’ o ‘tenés tarea’”, analiza Grisel. Y añade: “Gracias a la LSA pude entenderlo, expresarme y hasta retarlo (risas)”.

Cecilia Alonso, docente sorda, recuerda que durante mucho tiempo las lenguas de señas estuvieron prohibidas en el mundo, pero que, al tratarse de idioma natural para las personas sordas, poco a poco resurgieron en los distintos países

Contar con un entorno en el cual hablar en señas, remarca Alonso, es un derecho de la persona sorda. “Estar expuestos a la LSA les ayuda a desenvolverse con naturalidad. Cuando no se respeta ese derecho se produce lo que se llama ‘privación lingüística’”.

Sin embargo, esto es lo que ocurre en la mayoría de los hogares con algún menor sordo. “El 90-95 % de las familias con hijos sordos son oyentes y en gran medida no incorporan la LSA”, explica Alonso.

Esto deriva en niños que quedan excluidos de las conversaciones familiares. Algo que se conoce como “el síndrome de la cena familiar”: el chico ve que las personas a su alrededor dialogan entre sí sin poder ser parte de la charla.

“Conozco muchas familias decididas, que hacen un curso de LSA y aprenden y se pueden comunicar, y esto se nota en el desarrollo de estos chicos. Otras familias tienen un conocimiento básico de la LSA, pero igualmente están presentes. El problema es cuando no hay preocupación, interés, acompañamiento en el desarrollo de esta lengua”, explica Alonso.

Santiago tiene amigos tanto sordos como oyentes. “A veces por WhatsApp, otras veces no sé cómo, pero siempre se comunican”, dice Grisel

Casos

“Cuando un niño proveniente de una escuela oralista en la que no se usa la lengua de señas llega a una escuela intercultural bilingüe, quizás tiene un período de adaptación pero aprende rapidísimo. Y al principio está como deslumbrado, se ve su cara de asombro al ver las manos de todos moviéndose”, explica Alonso.

“Es impresionante el cambio que se percibe”, dice Valmarrosa. Y pone un ejemplo. “Una amiga tiene un hijo sordo que siempre estaba de mal humor, no me miraba, tenía un comportamiento brusco. Pero cuando pasó a una escuela bilingüe intercultural, cambió. Empezó a querer conversar, a mirarme a los ojos”.

Santi, por su parte, ya tiene 16 y comenzó a viajar solo en tren. Este desarrollo de la autonomía, que no es la norma entre niños sordos, responde, según Grisel, a cómo la comunidad sorda lo ayudó a trabajar su autoconfianza.

“A Santi siempre le gustó más viajar en subte que en colectivo. Un día se percató de que lo que le incomodaba era que algunas líneas no tienen una luz que se prende al apretar el botón en las paradas”, dice Grisel. Cuando su hijo le transmitió la inquietud, ella lo guió hacia la comunidad sorda.

“La lengua también engloba la cultura, la identidad. La comunidad sorda tiene cuestiones de vida en común, enfrentamos las mismas barreras y nos identifican algunas cosas en común”, refiere Valmarrosa.

No significa que se trata de una comunidad homogénea, claro. Hay quienes, por ejemplo, rehúyen de implantes cocleares y otros que, como Santi, prefieren usarlo pese a entender que su idioma es la LSA.

Santi terminó la primaria a los 14 en el Osvaldo Magnasco y empezó la secundaria en una escuela común con un intérprete de LSA. Pero su escuela para sordos sentó las bases para que confiara en sí mismo, remarca la mamá. “Para mí hubo algo de forjar su identidad, de lo que él puede. Eso se lo dio mucho la escuela. Si vos hablás solo español oral y sentís que no entendés siempre todo, o la mayoría de cosas, y es la única lengua que hablás, descreés de vos”.

Julia Valmarrosa en el Congreso durante la votación de la ley 27.710. La exdirectiva de la Confederación Argentina de Sordos destaca que esta norma ayudará a promover la inclusión de la comunidad sorda en distintos ámbitos

En nuestro país se estima que hay casi un millón de personas con discapacidad auditiva. El 13 de abril del año pasado el Congreso aprobó la Ley 27.710, que reconoce la Lengua de Señas Argentina como lengua natural y originaria de personas sordas. Es decir, obtuvo un estatus lingüístico que desde hacía tiempo reclamaba la comunidad sorda, y que es normal en otros países con sus lenguas de señas. Según las especialistas consultadas en esta nota, aunque aún resta reglamentarla, la ley sienta las bases para que esta comunidad pueda acceder a LSA en los distintos ámbitos de la sociedad.

“La ley es un argumento sólido cuando se discute el derecho de las personas sordas a aprender y usar LSA. Porque no es una opinión, es un reconocimiento legislativo”, señala Alonso.

“La ley equipara la LSA para personas sordas con lo que significa el español para el resto de los ciudadanos. Y por otro lado reconoce que las personas sordas pueden participar en la sociedad en su lengua. Es una llave para trabajar la inclusión de la comunidad sorda y de la LSA en diversos ámbitos como la salud, la educación o el trabajo”, dice Valmarrosa.

“Los médicos suelen ver a la LSA como una herramienta, pero es al revés. Herramientas pueden ser los implantes o audífonos, que uno puede elegir o no usarlos. Pero la LSA es para toda la vida”.

Alonso, además, resume cuán autónoma hace sentir a una persona sorda manejarse en su propio idioma. “Nosotros tenemos un certificado único de discapacidad (CUD), pero no nos sentimos con una discapacidad. Es cierto, no escucho. Pero si tengo una lengua que supla eso, puedo hacer un montón de cosas”.

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