jueves, 26 diciembre, 2024
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Fantasma del paraíso: el atrevido y despreciado pastiche que puso en apuros legales a Brian De Palma y selló su destino de película de culto

“La idea de la película se me ocurrió tras haber oído en un ascensor una canción de los Beatles convertida en muzak [término atribuido a la “música de ascensor”]. Me parecía interesante la idea de tomar una canción y convertirla en todo tipo de géneros musicales diferentes: estilo Beach Boys, hard rock, rockabily (…). Y luego junté tres historias clásicas: El fantasma de la ópera, El retrato de Dorian Gray y Fausto”, relataba Brian de Palma en el libro de entrevistas de Samuel Blumenfeld y Laurent Vachaud, Brian De Palma por Brian De Palma. Fantasma del paraíso es la película de la que habla, aquella que nació maldita y despreciada como el monstruo que la recorre, para luego convertirse en una pieza de culto, un musical anómalo en aquella década febril de los 70, una puesta a punto del riesgo del Nuevo Hollywood, de la fuerza del naciente rock&pop, del horror que nace del desdén y la venganza. Al cumplirse 50 años de su estreno en los Estados Unidos a fines de este año, la película confirma su estatuto de clásico, con una banda sonora impecable de Paul Williams y un aire inconfundible de ‘opereta rock’.

Por entonces, De Palma era uno de los grandes nombres de la nueva industria alumbrada a fines de los 60, con éxitos como Bonnie & Clyde (1967) de Arthur Penn, Busco mi destino (1969) de Dennis Hopper, El padrino (1972), de Francis Ford Coppola, y Calles salvajes (1973), de Martin Scorsese. Venía del éxito de Hermanas diabólicas (1972), primer hito en su temprana carrera, luego de los ejercicios bajo la tutela de Roger Corman y los nuevos aires del terror de la década. Hitchockiana por excelencia, la historia de Hermanas diabólicas era la de dos hermanas siamesas convertidas en un doble perfecto de ángel y demonio, que había convertido a De Palma en el mejor alumno del maestro del suspenso, un explorador consciente pero juguetón de su legado, y uno de los enfants terribles de ese Nuevo Hollywood que se consolidaba al calor de la insolencia creativa y los buenos números de taquilla. Como muchos de los directores de su generación, ingresaron al seno de las grandes compañías a partir del arrebato de sus ideas, de su sintonía con el público juvenil y su inolvidable fervor cinéfilo.

El primer interesado en producir Fantasma del paraíso fue Martin Ransohoff, artífice de varias películas de terror de aquellos años, como la británica El signo del diablo (1966), de J. Lee Thompson, La danza de los vampiros (1967) de Roman Polanski, y las dos de Richard Fleischer, El estrangulador de Boston (1967) y Terror ciego (1971). Películas más clásicas, afirmadas en los contornos del género, sin mixturas ni extravagancias. Ransohoff ya había desistido de producir Hermanas diabólicaso, y luego de que De Palma recomprara su guion consiguió que Ed Pressman lo produjera, al igual que había hecho con la ópera prima de Terrence Malick, Badlands (1973). “Me di cuenta que Martin [Ransohoff] tampoco iba a producir Fantasma del paraíso así que volví a recurrir a Ed. Escribí la primera versión del guion con Louisa Rose, quien ya me había ayudado en Hermanas diabólicas, y contratamos a Paul Williams como compositor”, recordaba el director. Paul Williams había comenzado como compositor profesional junto al comediante y cantautor Biff Rose: ambos escribieron la famosa canción “Fill Your Heart”, grabada luego por David Bowie. Williams también era actor, y finalmente De Palma lo eligió para interpretar el papel de Swan.

La historia de Fantasma del paraíso era la de dos enemigos, era también la de una sombría traición. Swan (Paul Williams), director del sello discográfico “Death Records”, está en la búsqueda de un sonido para la inauguración del Paradise, su nuevo “Palacio del Rock”. Gracias a su seducción y artimañas logra robar una composición musical al joven e ingenuo Winslow (William Finley), a quien luego denuncia por tráfico de drogas y consigue encerrar en la cárcel. Pero Winslow logra escaparse y jura venganza, camino que se inicia con un trágico accidente que le desfigura el rostro y lo sumerge bajo una máscara monstruosa con apariencia de ave. Como en El fantasma de la ópera asediará ese nuevo teatro Paradise justo en el día del debut de aquella cantata arrebatada de su propia creación, una fábula que recuerda la leyenda del Fausto. Y, como era de esperar, en esa historia de revanchas y vindicaciones no podía faltar el amor: Winslow, con su apariencia bestial y elusiva, se enamora de Phoenix (Jessica Harper), la cantante debutante en el Paradise, cumpliendo así la maldición de la literatura y la jocosa inspiración de De Palma. La clave, por supuesto, estaba menos en los detalles del argumento, heredados de variadas inspiraciones en la prosa de Gaston Leroux, Oscar Wilde y Goethe, que en la efervescencia de la música de Williams y en el riesgo de la puesta en escena del futuro director de Carrie (1976).

Fue la primera aparición importante de Jessica Harper, de quien De Palma elogió su voz, antes de hacerse famosa en Suspiria de Dario Argento.

“Paul [Williams] era muy hábil componiendo música pop comercial, y al mismo tiempo era una persona muy abierta que sabía adaptarse a montones de otros estilos. La prueba es que, tres años después de Fantasma del paraíso, recibió un Oscar por ‘Evergreen’, la canción de Nace una estrella con Barbra Streisand. Y antes había escrito la música y las canciones de Bugsy Malone de Alan Parker, que también me gustaron mucho”. Williams compuso las letras y la música de todas las canciones de la película, editadas en un disco que salió a la venta tras el estreno de la película. Las únicas que no se incluyeron fueron “Never Thought I’d Get to Meet the Devil” y la primera aparición de “Faust”, interpretada por William Finley y Jessica Parker. Finley ya había trabajado en Hermanas diabólicas, y Harper había llamado la atención de De Palma en una obra del off Brodway, según le revela a Blumenfeld y Vachaud, aunque la recordaba de su años de estudiante en el Sarah Lawrence College. “Ella tenía una voz increíble”, recordaba el director, quien le dio su primer papel importante para luego verla consagrada en su aparición como ‘scream queen’ en Suspiria (1977), el giallo de Darío Argento.

Una de las claves de la película es la combinación de géneros como el terror, el musical y la comedia, dando pie a secuencias desopilantes que satirizan el ambiente del rock de la época.

Fantasma del paraíso comienza con un prólogo por demás extravagante: la cámara realiza un sugestivo acercamiento al logo de Death Records mientras una voz en off nos presenta al personaje de Swan. Ese texto lo escribió Rod Sterling, el creador de la serie La Dimensión Desconocida, en un claro guiño de introducción al espectador. Así lo explica Brian De Palma: “¿Por qué ese prólogo?, se preguntan, ¿no?”, interpela a sus entrevistadores. “Porque Fantasma del paraíso es una mezcla de tres géneros: horror, musical y comedia. Era necesario que el espectador se diera cuenta de ello enseguida, y ese prólogo, lúgubre e inquietante , anuncia el terror. Luego el raccord brutal a la secuencia de créditos y la canción de The Juicy Fruits empalma con el musical y la comedia. Esa mezcla siempre resulta muy difícil”. Esa idea de pastiche genérico resultó atrevida en los 70, década de revisión de los géneros populares más despreciados en el clasicismo, como el cine de gángster, salido de la crónica policial y llevado a la ópera y la tragedia por Coppola, Scorsese y el mismo De Palma en Scarface (1983); la ciencia ficción, prestigiada por Stanley Kubrick en 2001 Odisea en el espacio (1968), y luego elevada a la aventura y el camino del héroe con Steven Spielberg y George Lucas; y el terror, explorado en todas sus facetas y subgéneros como el prisma más original para entender los miedos de una sociedad.

El rodaje de Fantasma del paraíso se puso en marcha en Los Ángeles, donde se concentraron todos los interiores. La actriz Sissy Spacek, luego convertida en protagonista de Carrie, fue la escenógrafa de la película, y ayudó a Jack Fisk, el diseñador de producción, con quien más tarde se casaría. Para el auditorio se utilizó un viejo cine de la ciudad de Dallas, el Majestic Theatre, donde se completaron las jornadas faltantes junto al público que había respondido a una convocatoria abierta para los interesados en participar en la película. La sala de conciertos City Center de la ciudad de Nueva York proporcionó el exterior para el Paradise, los exteriores de la casa de Swan se filmaron en las inmediaciones del Central Park, y la escena en la que Swan conduce a Phoenix al tejado de su casa y le dice “Mira hacia abajo”, se filmó cerca del Ayuntamiento de Nueva York. “Ese fue el último plano que se filmó -destaca De Palma-, en un rodaje que fue muy divertido. Me encantan las comedias musicales, es entretenidísimo filmarlas, ya que toda la música está pregrabada y la puesta en escena siempre brinda la justa libertad para lo exuberante”.

Paul Willams en un alto del rodaje de la película.

Una de las más claras inspiraciones de la película fue Las zapatillas rojas (1948), el clásico de los británicos Michael Powell y Emeric Pressburger, directores admirados por el Nuevo Hollywood y recuperados en esos años luego del olvido en su propio país. La escena que remite de manera más directa a aquella historia inspirada en un cuento de Hans Christian Andersen es aquella en la que Swan observa desde atrás del espejo las audiciones de las distintas cantantes, en clara evocación de la escena en la que Anton Wallbrock asiste al espectáculo desde su palco en Las zapatillas rojas. “Me inspiré directamente en la película, a la que descubrí en la televisión, igual que Martin Scorsese. Las zapatillas rojas fue siempre para mí la película perfecta, puedo proyectar cada imagen en mi cabeza, cosa que no me suele suceder a menudo. Todo funciona de maravillas, es muy innovadora y muy emocionante al mismo tiempo. Es la mejor película que conozco acerca de la creación artística, por eso me conmovió tanto. El ballet es una metáfora de todas las obras artísticas”.

El único episodio que despertó cierta polémica en el rodaje fue la filmación del accidente que desfigura al personaje de Winslow, tras su huída de la cárcel, y lo convierte en el fantasma enmascarado. Se utilizó para filmarla una auténtica prensa de moldeo por inyección en la planta de Ideal Toy Company, una fábrica de juguetes. El actor William Finley estaba preocupado por la seguridad de la máquina, en la que se habían colocado almohadillas de espuma para evitar que se cerrara por completo. Sin embargo, la prensa era lo suficientemente potente como para aplastar la amortiguación y surgió entonces el rumor de que el actor sacó la cabeza de la prensa justo a tiempo para evitar ser herido, y que el grito que se escucha en esa escena fue genuino. Sin embargo, De Palma aclaró que la escena de la prensa discográfica, junto con la mayoría de las escenas con poco diálogo, fueron filmadas sin sonido, y las conversaciones y los efectos sonoros se agregaron en posproducción. Sin embargo, en una convención dedicada a la película, Finley exageró la historia y dijo que su grito fue “real”, afirmando un poco la mitología que ya envolvía a la película.

La escena de la audición para elegir a la cantante que bautizará el teatro Paradise evoca al clásico musical de Powell & Pressburger, Las zapatillas rojas (1948).

La película fue financiada de manera independiente por Ed Pressman y vendida por dos millones de dólares, más un porcentaje de las ganancias, a la 20th Century Fox para su distribución, y se estrenó el 31 de octubre de 1974 en el National Thetre de Los Ángeles con un éxito importante, que fue creciendo a lo largo de los meses hasta convertirse en un fenómeno de culto en los cines de trasnoche. Sin embargo, acarreó numerosas disputas legales para la producción. “La Universal nos acusó de haber plagiado El fantasma de la ópera -que les pertenecía desde las versión muda con Lon Chaney-, los autores de la historieta Phantom nos obligaron a cambiar el título -que inicialmente era Fantasma-, y la Fox nos fue quitando beneficios. Pasamos de la euforia de ‘cuánta plata ganamos con nuestra películita independiente’ a ‘¿cómo vamos a pagar tantos juicios?’”, evocaba con cierta amargura De Palma. La película no gustó demasiado en Nueva York y sí en Francia, donde permaneció en cartel varios años con asombroso éxito. La banda musical se siguió vendiendo en Europa a lo largo de la década de los 80, confirmando ese aura de encendido iconoclasta que rodearía a Brian De Palma desde entonces.

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