jueves, 22 mayo, 2025
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El deportista rosarino que compitió en los Juegos Olímpicos de 1948 y murió antes de regresar

Rosario ha sido escenario del nacimiento de una amplia lista de deportistas olímpicos. Fueron 204 los que partieron alguna vez desde la ciudad para participar de la cita deportiva más importante del mundo pero, llamativamente, solo 203 regresaron con diploma o medalla en mano. Hubo un destacado deportista rosarino que no pudo disfrutar de sus laureles en su tierra natal porque murió en el barco que lo traía de regreso tras la competencia. Fue en el marco de los Juegos Olímicos de Londres en 1948, le ocurrió al esgrimista Manuel Torrente.

Reconstruir la historia de Torrente implica cruzarse con cientos de escollos. Las ocho décadas que pasaron desde su fallecimiento son el primer obstáculo. Los recortes periodísticos se centran en su carrera deportiva, tras su trágica muerte el 4 de septiembre de 1948 no se volvió a hablar del esgrimista. Existen varias versiones sobre sus últimas horas antes de arribar a la isla San Vicente, archipiélago de Cabo Verde (África, que por aquellos años seguía siendo una colonia portuguesa), donde confirmaron su muerte.

En un intento por conocer qué fue lo que ocurrió, La Capital se comunicó con Daniel Torrente, sobrino nieto de Manuel y también esgrimista, y Javier Torrente, exentrenador de Newell’s, campeón olímpico en 2004 como ayudante de Marcelo Bielsa y sobrino nieto de Manuel. Además, consultó a investigadores del Museo de la Ciudad de Rosario, directivos del Cementerio El Salvador, donde yacen sus restos, y Sebastián Alonso, miembro fundador del Centro de Estudios Genealógicos e Históricos de Rosario. Cada uno de ellos aportó información para recosntruir una historia atrapante que nunca va a dejar de tener grises.

Un barco escondido, una infección fulminante, decenas de torneos y combates. Una historia que tiene un final pero deja varias preguntas.

Quién fue Manuel Torrente

Manuel Torrente nació el 7 de junio de 1908 y estudió Derecho para convertirse en un reconocido abogado de la ciudad y trabajar con el Centro de Almaceneros de Rosario. Su dedicación lo llevó a ser secretario de Gobierno municipal, concejal, diputado provincial y miembro de la Junta Popular pro-Adelanto de Rosario, un grupo que combatía contra la opresión económica porteña y el desconocimiento administrativo de Santa Fe. Además, fue docente del Colegio Nacional N° 1 y la Escuela Nacional de Comercio “Manuel Belgrano”. El dato clave: sin dudas, la esgrima era su pasión.

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Desde 1916, con tan sólo 8 años, Manuel se subió a la pista con su cabello rizado y comenzó a practicar el deporte que lo llevaría a dos juegos olímpicos: Berlín 1936 y Londres 1948. Antes fue multicampeón y destacado deportista a nivel nacional y también sudamericano.

Su talento con el florete quedaba asentado en cada crónica deportiva que se escribía por aquella época. Su caballerosidad y un estilo potente y delicado daban cuenta de la hidalguía con la que afrontaba cada combate.

Los relatos lo asocian al club Universitario, Gimnasia y Esgrima y el Jockey Club. Esta última institución se quedó con los mejores años de Torrente y luego de su muerte incluso lo homenajeó al bautizar una sala con su nombre.

En Rosario, Manuel Torrente tiene una plaqueta en el comienzo del Paseo Olímpico de avenida Pellegrini y además una calle en el barrio Olímpico: en 2023, un proyecto del Concejo Municiapal lo recordó en la excalle 13131, paralela a Guido y Spano a metros del inicio de la autopista Rosario-Santa Fe.

El viaje a los Juegos Olímpicos

Durante más de 20 años, Manuel Torrente estuvo entre los primeros del ranking nacional. Por eso no sorprendió a nadie que se ganara la oportunidad de participar de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928 y de Los Ángeles 1932. Sin embargo, diferencias con el Comité Olímpico Argentino lo dejaron afuera de esas citas. En el primer caso fue “privado injustamente de asistir” y cuando cuatro años más tarde fue designado “renunció junto con Luis Luchetti y Héctor Luchetti a raíz de una cuestión de ética deportiva”, relató un recorte periodístico de 1948 que aún conserva Daniel Torrente, atesorando recuerdos de uno de los primeros olímpicos de la ciudad.

En 1936, Manuel Torrente pudo ir a los Juegos Olímpicos de Berlín. Y tenía 40 años cuando participó de los Juegos Olímpicos de Londres en 1948. Por su excelentísima carrera y la experiencia de Berlín, fue incluso designado capitán de la delegación argentina en una ciudad devastada por la Segunda Guerra mundial.

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Florete en mano, el rosarino consiguió su mejor resultado deportivo en el certamen olímpico: un quinto lugar en la categoría por equipo que celebraron su esposa Angélica Andrade y su hijo Gonzalo, ambos acompañantes del contingente argentino que pisó fuerte en Londres. Ese año, la delegación argentina se quedó con 7 medallas, que significaron la mejor cosecha de medallas en la historia nacional junto a Ámsterdam 1928 y Berlín 1936.

Tras la conquista, comenzó un viaje desgraciado.

La superstición de un gato en altamar

Manuel Torrente se subió al barco que traía al país a los 199 deportistas argentinos que participaron de Londres 1948, los primeros Juegos Olímpicos luego de la Segunda Guerra Mundial. El contingente viajó desde Inglaterra a Génova y allí se subieron al “Brasil”, un barco que tenía la bandera de Panamá pero era íntegramente italiano. El fin del conflicto bélico había dejado cicatrices y los países que conformaron el eje quedaron bajo un prejuicio importante, por eso debían “camuflar” sus embarcaciones. De todas formas, según contó el esgrimista Fulvio Galimi en el libro «A Capa y Espada», la tripulación era italiana.

Galimi abordó el barco y, en su libro, recordó a un grupo de atletas con especial foco en el corredor Alberto Triulzi, que en un momento del viaje tuvo cerca a un gato. Y se registró un episodio que quedaría grabado en la mente de muchos viajeros. En un acto inexplicable, Triulzi lo tomó por la cola y lo revoleó por el aire con lo que el animal terminó en medio del mar de Liguria. Un camarero vio la escena y comenzó a gritar: “¡Qué hizo este cretino! Ha llamado a la desgracia. Vendrá, vendrá”.

Los hombres de mar, extremadamente supersticiosos, tienen prohibido maltratar mascotas a bordo. “Maldito sea, maldito”, dijo el camarero. Esa misma noche, relató Galimi, Manuel Torrente fue operado de una apendicitis fulminante.

Una muerte inevitable

Algunas voces marcan que Torrente ya estaba enfermo antes de subir al barco, otras hablan de una delegación feliz por el resultado de medallas pero abatida cuando el capitán manifestó los primeros dolores de una peritonitis. También se habla de que los doctores Emilio Raúl Vélez, antiguo médico del Ejército, y el clínico Carlos María Bouret, intentaron operar a Torrente “con una lata de conserva. Era la frase que escuché más de una vez”, según relata Javier Torrente en su libro “Camino Largo”, donde le dedicó un espacio a Manuel.

Según versiones de los tripulantes, tres compañeros -el polista Humberto Villamil, el lanzador de martillo Jorge Díaz Sande y la atleta Noemí Simonetto- donaron sangre para esta intervención. «En ese lugar no se podía operar a nadie, lo sabía cualquiera, pero los doctores que viajaban en el barco con la delegación eran unos imbéciles. En vez de llamar a un helicóptero, o de volver a Europa, nos hicieron desviar a San Vicente. No sabés lo que era eso”, dijo la nadadora Enriqueta Corina Duarte que en 2018 recordó a Torrente en un diario de tirada nacional.

Lo sucedido en ese barco quedará entre los tripulantes y pasajeros. Algunos hasta dudan de la fecha de enfermerdad y defunción. Una foto “para sus amigos del Jockey Club” fechada al 4 de septiembre, día de su muerte, entra en una nebulosa ya que, para esa fecha, Torrente apenas podía moverse. No se niega la dedicatoria, pero la fecha, al menos, es discutible.

El legado que atravesó el mar

La parada de emergencia en San Vicente, jurisdicción de Cabo Verde, no se pudo evitar y allí se decretó la muerte del esgrimista. En una de las últimas imágenes se puede ver cómo Manuel es bajado entre sábanas y en una camilla, junto a él su esposa Angélica, que no se separó de su compañero de vida en ningún momento. Quienes integraron ese barco también situaron cargas de alimentos juntos a los tripulantes. Nadie quería ligar ese cargamento al mismo barco donde yacía un cuerpo sin vida.

Los restos cremados de Manuel regresaron a la Argentina junto con su esposa y tuvo su velatorio en Salta al 2600, semanas después de su muerte.

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Gonzalo, hijo, y Angélica, esposa, de Manuel Torrente, con parte de la delegación argentina.

Gonzalo, el pequeño hijo de 10 años, regresó con la delegación argentina el 14 de septiembre de 1948 y en su juventud dejó Rosario. Javier Torrente mantuvo encuentros con él. En 1990, Javier, su padre y Gonzalo llegaron a compartir una cerveza el 22 de diciembre, para festejar el Torneo Apertura de ese año, primer título de Newell’s bajo la conducción de Marcelo Bielsa. También fue la última vez que se vieron.

Una placa en el cementerio El Salvador recuerda a Manuel Torrente. Dedicatorias del Centro de Almaceneros y del Jockey Club revalorizan su figura tanto como profesional del derecho como su carrera deportiva. El salón de Gimnasia y Esgrima también lo tiene presente con un sólido hierro. Daniel recibió por herencia familiar el florete que Manuel llevó a Londres, que también significó seguir el camino del Esgrima. Por su parte, Javier, pudo regresar el apellido Torrente a una cita olímpica y en su casa guarda la medalla dorada como parte del cuerpo técnico que en 2004 consiguió la presea con la selección sub-23 de fútbol. Sin estar presente, Manuel dejó un legado, aunque sus últimos días quedaron en altamar.

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