domingo, 1 junio, 2025
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Habla el hijo del jubilado muerto en un robo en Parque Chacabuco: «Intentó defenderse como pudo»

Pasaron 19 días del crimen de Mario Villanueva Moure (79), el jubilado español asaltado en Parque Chacabuco por dos ladrones que enteraron a su casa con la presunta complicidad de la persona que se encargaba de cuidarlo, quien está detenida.

La autopsia reveló que Villanueva fue golpeado en su rostro, brazos y piernas, y que la arritmia que sufrió estuvo vinculada a la tensión padecida durante el asalto. Otro de los sospechosos, ex cuñado de la mujer presa, se entregó una semana después del hecho en una comisaría de San Miguel y los investigadores buscan a una tercera persona.

El fiscal Nacional en lo Criminal y Correccional N° 9, Lucio Herrera (h.), los imputó a ambos de «homicidio en ocasión de robo», un delito que se castiga con penas de entre 10 y 25 años de prisión, dijeron fuentes judiciales consultadas por Clarín.

La casa de Mario Villanueva Moure (79), donde el jubilado murió tras un asalto.

«Don Mario», así lo llamaban los vecinos de la calle Estrada al 900, su hogar de toda la vida y donde era muy querido por su compromiso y solidaridad, aunque últimamente se dejaba ver poco porque arrastraba inconveniente de movilidad producto de un ACV.

Consternación causó en el barrio lo sucedido aquella trágica madrugada del lunes 12 de mayo, cuando los gritos de una chica pidiendo auxilio despertaron a las viviendas cercanas.

«De una te digo, para mí es la entregadora, la que hizo meter a los dos chorros en la casa. Si no hay ninguna ventana rota ni puerta forzada, ¡¿me querés decir cómo hicieron?! Yo con esa piba hablé largo rato desde mi balcón y te juro que no le vi desesperación, parecía un acting, desde el vamos nunca me cerró», le decía a Clarín Florencia Petrone (43), cuya casa está pegada a la de la víctima.

No le falló la intuición a Petrone, ya que la cuidadora de 20 años se encuentra detenida por el caso, a disposición de la justicia, que ya dictó su prisión preventiva. «Es difícil imaginar que algo así pudiera suceder. A papá lo cuidaban dos mujeres, madre e hija, hace más de diez años y la confianza era absoluta. En alguna oportunidad que ellas no podían cuidar a papá, aparecía esta chica, que es sobrina de una de ellas. Yo la vi dos o tres veces, pero no podría decir que la conocía como sí a las cuidadores titulares», cuenta a Clarín, Diego Villanueva, hijo de Don Mario.

Diego es el primer familiar de esta que acepta hablar. Todavía sumido en un profundo dolor, este hombre, que es secretario de un juzgado, hace saber que está haciendo el esfuerzo para mantenerse apartado de la investigación. «No quiero hablar mucho, prefiero no hacerlo, porque el juzgado y la fiscalía correspondientes lo están haciendo correctamente. Confío plenamente en los dos equipos, por eso decidí correrme y no seguir los pasos de la investigación», explica.

Precavido, se permite decir que las versiones de la mujer detenida le llamaron la atención: «Es raro que hayan entrado cuando no hay puertas ni ventanas forzadas, pero, además, yo viví ahí y tampoco se podía ingresar por los techos, como se llegó a deslizar.»

La Policía de la Ciudad en la escena del crimen de Don Mario.

Desde que sucedieron los hechos, Villanueva no tuvo más comunicación con las cuidadoras titulares. «Opté por no hablar con ellas, dejar que se investigue… La verdad es que no sé qué pasa por sus cabezas, qué sienten. Yo confié en ellas y en lo que me dijeron de la otra chica más joven que me presentaron en su momento. No tenía motivos para dudar de ellas después de tanto tiempo. Desconozco si se sienten culpables o si están arrepentidas, como ya dije, estoy alejado de todo. Volví a mi trabajo hace poco y me resulta difícil encontrar normalidad», indica.

Diego extraña a su padre, con quien mantenía un vínculo cotidiano. «Lo veía en la semana, cuando salía del trabajo, y los fines de semana, cuando llevaba a mis hijas chiquitas, que amaban a su abuelo… Quiero proteger a ellas y a mis sobrinos, ya que les dije que el abuelo se fue al cielo por un temita de su corazón… Papá es un gallego querido -habla en presente- que vivió toda la vida allí, por eso lo conocen todos, y yo me crié en esa casa y vivía jugando en la vereda con los hijos de otros vecinos de la edad de papá», remarca.

El domingo anterior a la muerte hubo almuerzo familiar con Don Mario, hijos y nietos, allí mismo, en la casa de la calle Estrada. «Esa noche, antes de que se acostara, también hablamos por teléfono de bueyes perdidos, una de esas llamadas clásicas que habla conmigo, con las nietas y el típico ‘ chau viejo que descanses, mañana hablamos’. Justo ese fin de semana no había jugado Ferro, club del que toda la familia es hincha y también era un tema de conversación cotidiano», recuerda.

La vida de la víctima

Don Mario trabajó 47 años en la gerencia de la aerolínea española Iberia. Estuvo casado con Cristina, quien falleció hace una década y tres años después sufrió un ACV que le limitó la movilidad, por eso tenía cuidadoras que nunca lo dejaban solo.

«Fue algo repentino, imprevisible, pensá que mi viejo hacía de todo, siempre fue una persona hacedora, no se quedaba quieto. Entre sus hobbies, tenía pasión por la fotografía y sacaba fotos institucionales que tuvieran que ver con Ferrocarril Oeste, club del que era muy hincha y del que participaba mucho de su actividad social», comenta Diego.

Vuelve a los hechos violentos de la madrugada de aquel lunes 12 y confiesa perturbarlo imaginar lo que pudo haber ocurrido allí dentro de la casa donde se creció. «Papá tenía golpes en su cara, manos y brazos… Intentó defenderse como pudo. Me descolocaron el modo y las formas que utilizaron… Me angustia pensar en la diferencia de poder entre los delincuentes y mi papá. Su incapacidad para defenderse es lo que más me atraviesa y no me permite encontrar tranquilidad», cierra.

AA

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