La caída de la tasa de natalidad en Argentina desata una tormenta de discursos, donde la ultraderecha apunta con dedo acusador a las mujeres, su autonomía y el derecho al aborto como culpables de un supuesto “colapso demográfico”. Este señalamiento, que resuena en las voces de sectores como La Libertad Avanza, no solo simplifica un fenómeno complejo, sino que busca retrotraer conquistas feministas históricas, como la Ley 27.610 de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), el derecho a la anticoncepción y a decidir sobre nuestras vidas. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y merece un análisis que desmantele estas narrativas patriarcales, poniendo el foco en las múltiples causas de la baja natalidad y en la necesidad de una mirada colectiva, no centrada en el útero femenino.
Un fenómeno multicausal: más allá de la narrativa conservadora
La tasa global de fecundidad (TGF) en Argentina, según datos del INDEC, cayó a 1.54 hijos por mujer en 2020, lejos del 2.1 que se prevé como necesario para el reemplazo poblacional y en la Ciudad de Buenos Aires se sitúa en 1.4, según el Registro Civil porteño. Esta tendencia, que en 2023 marcó un 40% menos de nacimientos respecto a 2014 (de 750.000 a 490.000), no puede explicarse sólo por el empoderamiento femenino como insiste la ultraderecha. Y menos centrando el debate en la responsabilidad directa del derecho al aborto, puesto que la caída de la natalidad es marcada desde 2015 y este derecho es posterior.
Obviamente, entre los factores que influyen en este fenómeno algunos son altamente positivos, como la reducción del 50% en embarazos adolescentes (2018-2023) gracias al Plan ENIA y la Educación Sexual Integral (ESI) lo que refleja un avance en la autonomía de las mujeres y el acceso a métodos anticonceptivos. Pero también hay sombras: la inflación, el aumento del costo de vida (el “impuesto de la crianza” duplica la canasta básica, según el CIPECC), la incertidumbre social y ambiental, en un contexto en el que persisten las desigualdades de género, disuaden a muchas personas de formar familias y no sólo a las mujeres.
En otro orden, la fragilidad y virtualización de los vínculos afectivos completan este mosaico. A modo sarcástico, una joven posteó en sus redes sociales:
Crear y sostener vínculos que permitan construir una corresponsabilidad lo suficientemente sólida como para asumir las tareas de parto, crianza, cuidado y educación en un contexto que combina precarización y sobreexplotación laboral, incertidumbre y brechas ideológicas, no parece nada sencillo.
La ultraderecha y su cruzada contra el aborto
La narrativa de la ultraderecha, amplificada por figuras como Javier Milei, insiste en que el aborto legal es un factor clave en la caída de la natalidad presentándolo como una afrenta a “las dos vidas”. Sin embargo, los datos desmienten esta teoría: entre 2021 y 2023, se realizaron 245.015 abortos legales en el sector público, pero la tasa de abortos no ha crecido exponencialmente y la fecundidad adolescente sigue disminuyendo. Esto muestra que el acceso al aborto legal no es la causa de la baja natalidad, sino un derecho que permite decisiones informadas, reduciendo embarazos no deseados y maternidades forzadas. Lejos de “promover la muerte”, como afirma Milei, la Ley IVE ha salvado vidas al disminuir la mortalidad materna por abortos inseguros, que en 2005 representaba el 29% de las muertes maternas.
Una mirada relacional:
Si la ultraderecha insiste en culpar a las mujeres, el rol de los varones permanece en la sombra. La calidad del esperma ha caído, según diversas investigaciones. Por ejemplo, un estudio publicado en Environmental Health Perspectives en 2023, realizado por investigadores de la Universidad de Harvard (EE. UU.), analizó datos de 35,000 hombres en Norteamérica, Europa y Australia entre 1970 y 2020. Encontró una disminución del 52.3% en la concentración de espermatozoides, de 99 millones por ml a 47 millones por ml. La investigación señala como causas principales la exposición a ftalatos (presentes en plásticos), el estrés térmico por cambio climático y el consumo de tabaco y alcohol. En Argentina, muchos varones han decidido no ser padres (aunque solo el 1% de los métodos anticonceptivos usados son vasectomías, según el Ministerio de Salud, evidenciando una carga desproporcionada sobre las mujeres en la anticoncepción). Además, problemas como el incumplimiento de cuotas alimentarias agrava la precariedad de las familias monoparentales lideradas mayormente por mujeres. La autonomía masculina para “optar” por no ser padres es tan real como la femenina, pero rara vez se cuestiona.
Voces feministas: ¿Es la baja natalidad una buena noticia?
El feminismo no ofrece una respuesta unívoca. Algunas voces como las de Mujeres Que No Fueron Tapa (MQNFT) celebran la caída de la natalidad como una decisión consciente, producto de una mayor autonomía femenina, que alivia la presión sobre el planeta en un contexto de crisis climática.
En el otro extremo, Panóptico Cultural (@panopticocultural) denuncia que romantizar esta renuncia ignora cómo la precarización económica y la falta de apoyo social cercenan la libertad de elegir ser madre.
Lula Bertoldi de Eruca Sativa, aporta una perspectiva lúcida: “El deseo de maternar existe, pero necesita una tribu que lo sostenga”.
Sin redes de cuidado, políticas de vivienda o licencias parentales equitativas y paridad de género en las tareas de crianza la maternidad se convierte en una carga individual, no en una elección libre.
Hacia una mirada colectiva
Este debate no puede reducirse a un juicio moral sobre la natalidad como “buena” o “mala”. Cuando la TGF cae por debajo del reemplazo, surgen riesgos como el envejecimiento poblacional y la presión sobre los sistemas de seguridad social. Además, no todos los motivos de esta caída pueden festejarse. Obviamente que algunos se pueden relacionar con la mayor autonomía femenina, pero muchos estereotipos aún impuestos sobre los cuerpos nos dicen que maternar nos aleja también de cumplir con esos estándares que se necesitan desde lo estético. Por eso, aunque en porcentajes más pequeños el esquema patriarcal del capitalismo, contradictoriamente al reclamo que hace ahora, es el mismo que nos limita a vivir y disfrutar de nuestros cuerpos en plenitud sin culpa. Por otro lado, el origen multicausal de la caída de la natalidad debería verse con una mirada integral para su abordaje.
Pero culpar a las mujeres o al aborto es una cortina de humo que desvía la atención de las verdaderas carencias: políticas públicas que garanticen estabilidad económica, acceso a la vivienda y redes de cuidado. Así es como lo resuelve en los países que han desarrollado políticas públicas al respecto. Alemania, por ejemplo, fomenta la natalidad a través de subsidios especiales para parejas o personas que tengan un segundo hijo acompañados con una política de vivienda.
La ultraderecha, con su discurso nostálgico de la familia tradicional, cuando ni siquiera puede restaurar el salario familiar, no ofrece soluciones, sino retrocesos. Y en el caso de Argentina, el exhorto a la maternidad, contrarió a las políticas de fomento, se da en el marco de un ataque y desmantelamiento a los sistemas sociales que conforman las redes de cuidado, conformada por hospitales públicos como el Garrahan, prestaciones por discapacidad, escuelas y centros deportivos. A la par, se flexibilizan las condiciones laborales, aumentan los despidos y avanzan con una reforma en el sector que incrementa la inestabilidad laboral ¿Quién puede asumir un compromiso tan a largo plazo como la ma/paternidad si ni siquiera sabe si tendrá trabajo mañana? No, el gobierno no quiere más niños y está claro en sus numerosos discursos que no les importan las infancias. Solo quieren que sigamos reproduciendo mano de obra barata.
En lugar de desmantelar derechos reproductivos, Argentina necesita una “tribu” que, como dice Bertoldi, banque el deseo de maternar o de no hacerlo, en un marco de equidad, corresponsabilidad y políticas públicas.
La caída de la natalidad no es un complot feminista ni un efecto directo del aborto legal. Es un fenómeno complejo, tejido por avances en autonomía, pero también por precariedad, incertidumbre y desigualdades de género. Desafiar la narrativa de la ultraderecha implica poner en el centro a las personas, no solo a los úteros. Y construir una sociedad donde criar sea una opción viable, no un privilegio. Y, como gritaron las calles en 2020, “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.