Este nuevo aniversario del 9 de Julio nos encuentra, una vez más, conmemorando una fecha clave de la historia argentina: el grito de independencia proclamado en 1816. Pero lejos de limitarse a una efeméride vacía, el 9 de Julio interpela a nuestra realidad. ¿De qué independencia hablamos? ¿Qué sentido tiene hoy, en medio de una ofensiva brutal contra los derechos del pueblo, la soberanía y la organización popular?
Porque la historia oficial nos ha querido vender el relato de una independencia ya lograda, una conquista definitiva, desconectada de los procesos sociales, políticos y económicos de nuestra América Latina. Sin embargo, la independencia real, la que soñaron los revolucionarios de Mayo, aún está pendiente. No se trata solo de la ruptura formal con la monarquía española, sino de romper todas las cadenas de la opresión imperialista, de la dependencia económica y del saqueo capitalista.
La independencia que soñamos
Los pueblos que protagonizaron las revoluciones de principios del siglo XIX no luchaban solo contra los reyes. Luchaban por tierra, por libertad, por igualdad. El sueño independentista estaba anclado en el proyecto de una Patria Grande latinoamericana, unida frente al colonialismo de ayer y al imperialismo de hoy.
Ese proyecto fue derrotado por las oligarquías nativas y el naciente poder imperial que, desde el norte, impuso su lógica de subordinación. Así, la independencia que se proclamó en Tucumán fue traicionada por los mismos sectores que, dos siglos después, siguen vendiendo los recursos del país, entregando la soberanía y gobernando para los ricos.
La independencia que necesitamos
En tiempos donde Milei profundiza el ajuste, el endeudamiento con el FMI y el desguace del Estado, hablar de independencia no puede ser un acto abstracto ni ceremonial. Hoy, la independencia se traduce en la pelea por la soberanía económica, por recuperar el control de los recursos estratégicos, por romper con el FMI, por frenar la entrega al agronegocio, a las multinacionales y a las Fuerzas Armadas yanquis.
La independencia que necesitamos es la de los pueblos, no la de los mercados. Es la de quienes pelean todos los días por llegar a fin de mes, por una educación y salud pública dignas, por trabajo con derechos y por una vida libre de violencias. Es una independencia que se construye desde abajo, con organización y lucha.
Una revolución continental pendiente
La independencia argentina fue parte de un proceso más amplio: la revolución latinoamericana que protagonizaron San Martín, Bolívar, Artigas y tantos otros. Hoy, ese proceso necesita ser retomado, pero desde una perspectiva de clase, anticapitalista y socialista. Porque sin cuestionar el poder económico y sin expropiar a los grandes capitalistas, no hay verdadera liberación.
La tarea pendiente no es solo nacional, es continental. Desde Chiapas hasta la Patagonia, millones resisten los ajustes, los planes extractivistas y las represiones de los gobiernos. En cada huelga, en cada piquete, en cada toma de tierra o fábrica, late la llama de esa revolución inconclusa.
Atrevernos de nuevo
El 9 de Julio no debe ser una fecha para los discursos huecos de los mismos que hipotecan el país. Debe ser una jornada de memoria activa, de balance histórico y de apuesta al futuro. Como pueblos, debemos atrevernos a retomar la bandera de la independencia, no como nostalgia, sino como estrategia de lucha. Atrevernos a cuestionar el orden establecido, a enfrentar a los poderosos, a construir una salida nuestra, desde abajo y a la izquierda.
La historia no está cerrada. La independencia, tampoco. En un continente que lucha por su libertad, donde resurgen nuevas camadas de militancia y organización, la revolución es una posibilidad concreta. Y en ese camino, lo imposible solo tarda un poco más.