*Por Luciana Mangó y Candela Ramírez
Manuel Irigoitia creció en Rosario viendo documentales de NatGeo o National Geography cuando supo que quería ser biólogo marino. Se mudó a Mar del Plata para estudiar la carrera y en la actualidad investiga parásitos en peces para el Conicet. Todos los días sigue, al igual que miles de argentinos, la transmisión en directo que hace el Schmidt Ocean Institute desde las profundidades del Mar Argentino donde están embarcados algunos compañeros suyos, entre los más de 30 científicos y científicas, y se sorprende con la posibilidad de ver en directo por primera vez el fondo del océano. Desde la superficie, habla con sus compañeros en el buque, los releva con entrevistas en los medios de comunicación y sale a protestar contra los recortes al sistema científico nacional. Es que mientras la ciencia argentina bate récords de audiencia y es vista por el mundo, el sistema sigue desfinanciado. No hay pase a planta del personal, no hay aumento de salarios ni financiamiento para nuevas investigaciones. Junto con el entusiasmo por los hallazgos, Irigoitia se pregunta quiénes van a estudiar toda la información que se está recolectando si no hay nuevos ingresos de personal a Conicet. “No vamos a tener quién analice esta cantidad de información que se generó con esta campaña”, señala. Los videos de niños y niñas fanatizados por la expedición aumentan la esperanza de sumar vocaciones a la ciencia, pero también el interrogante sobre la capacidad de respuesta de un sistema sin financiamiento. En diálogo con el stream El Ciudadano Política, Irigoitia resume los puntos más destacados de la expedición y reflexiona sobre la crítica situación del Conicet.
—¿Cómo estás viendo todo lo que está ocurriendo, desde la expedición hasta la repercusión que se generó?
—Es extraño para todo el mundo, incluso para nosotros. Nadie lo puede creer. Yo lo conozco a Emiliano, uno de los investigadores embarcados. Al principio intentaban generar participación de parte del público. Cuando me sumé había 200 visualizaciones y, de repente, el fin de semana explotó. Ahora ya no dan abasto. Nosotros vemos una partecita ahí en vivo, pero después hay todo un trabajo en el laboratorio de procesamiento de esas muestras, de tomar decisiones, de dónde se baja el Rov y demás.
—¿Qué considerás es lo que despierta la atención y el seguimiento de esta expedición?
—Ayer Emiliano nos comentaba que hasta la gente del Schmidt Ocean Institute está sorprendida. Ellos no encuentran una explicación. Creo que se suman varias cuestiones. Por un lado, la posibilidad de verlo en vivo y en directo con una calidad alta y muy buena definición. Además, los investigadores y las investigadoras supieron incorporar al público a esa transmisión, se da una conversación donde tomaron muchos de los nombres que el público les puso a las especies. Y después, es Argentina, somos un poco con todo así, ¿no?.
—¿Por qué es importante conocer qué pasa en las profundidades del océano?
—Argentina tiene una historia en exploración del mar y, como en este caso, en aguas profundas que es la zona más allá del borde de la plataforma continental. Ésta es la cuarta expedición y muchos de los que están arriba tienen experiencia en eso. Están confirmando muchos datos que ya habían tomado y también viendo cuestiones de asociación entre especies. Cuando uno toma una muestra de un barco, por ejemplo, tira una red y la sube, la muestra pierde calidad en ese proceso. Se saca un organismo que está 3000 metros de profundidad y se lo lleva a la superficie donde se descomprime lo que genera una pérdida en la calidad del material y se pierden muchas asociaciones entre organismos.
También se está haciendo un censo de especies: qué hay, cuánto hay y dónde está. Eso es importante, por ejemplo, para determinar regiones del mar argentino con puntos calientes de biodiversidad. Y después hay un montón de análisis complementarios que también se están haciendo como, por ejemplo, estudios de microplásticos para ver niveles de contaminación, se está midiendo carbono entrampado, que forma parte del ciclo del carbono. Nosotros generamos carbono en la superficie que tiramos a la atmósfera por la combustión de los combustibles fósiles. A eso, de alguna manera, el océano lo atrapa y lo lleva al fondo. Eso se está calculando: cuánto y dónde, lo que es importante para entender la dinámica de estos gases de efecto invernadero que son los que terminan calentando la atmósfera.
Hay toda una parte química que se analiza y una parte genética. Se están haciendo estudios genéticos sobre qué hay desde la diversidad de genes. Es importante para cualquier tipo de decisiones que se quieran tomar después. Por ejemplo, se habló mucho sobre dónde se instalan las plataformas offshore. Para eso necesitamos información sobre dónde están los organismos y cuáles son las zonas donde no habría que impactar ese ambiente. Esa información sirve de base para cualquier otro estudio que uno quiera hacer en el futuro.
—En varios lugares y sitios especializados del Conicet se refieren a estas zonas como un ecosistema vulnerable ¿Qué significa?
—Sí, en general es difícil decir cuándo es vulnerable o no. Generalmente eso depende del grado de impacto antrópico que generamos nosotros sobre esos ecosistemas. Algunos ecosistemas tardan más en recuperarse o tienen tiempos de recuperación más lentos que otros. Todos estos organismos que estamos viendo a 3.000 metros de profundidad tienen una tasa de crecimiento lenta. Se alimentan de todo lo que viene de la superficie. No existe el típico ciclo que fotosintetiza porque no hay algas y no hay fotosíntesis a esa profundidad. Entonces, son ecosistemas que están poco estudiados y cualquier cambio pequeño puede impactar muy fuertemente en este tipo de ambientes. Después va a depender de lo que uno haga con ello. Si uno impacta ese ambiente y no toma las suficientes precauciones o no le da el suficiente tiempo para que se remedie puede generar un problema a largo plazo.
—¿Qué fue lo que más te impactó de lo que viste? ¿Hay algún hallazgo que consideres trascendental o te haya sorprendido de manera personal?
—Lo primero que me sorprendió fue, al igual que a todos, la calidad del video y el vivo donde hay una interacción casi en tiempo real de lo que ocurre. Uno se siente dentro del buque, tomando esa muestra, viendo cómo se toman esas decisiones.
Yo trabajo con parásitos de peces y los vi en algunas imágenes por lo que pedí que me inviten la próxima. Cambia mucho de acuerdo a la profundidad el tipo de organismos que hay. Se quejaban de que no teníamos arrecifes pero lo que se veía a mil metros de profundidad era prácticamente un arrecife de coral de aguas frías. Es distinto, no es tan colorido, pero la diversidad es altísima y, a veces, cuando uno está investigando no tiene en la cabeza que existe esa diversidad allá abajo. Así que también cambia un poco el paradigma del fondo marino.
—Poder acceder a esa tecnología marca un hito también para los investigadores argentinos no sólo por las imágenes de alta calidad, sino por la posibilidad de ver en vivo cómo interactúan los distintos organismos…
—Tenés la asociación directa. Uno imagina o quiere crear esas relaciones, pero no es lo mismo que verlo en directo interactuando, cómo esa interacción y cuáles interactúan. Más allá de las especies nuevas, hay interacciones o comportamientos que antes no habían sido registrados. Por ejemplo, las langostas, una al lado de otra, sorprendió porque se pensaba que eran animales solitarios.
—Es nuevo también poder ver en el momento en que se produce ese descubrimiento…
—La ciencia es un proceso largo y tiene que ser sostenido, por eso se necesita inversión. No existe el descubrimiento fortuito. Tenés que estar con la cola en la silla mirando muestras y ahí es cuando aparecen. Los investigadores del barco hacen turnos de 12 horas y, a veces, se queda mirando el televisor porque aparecen cosas nuevas. Es una cuestión que nos saca el sueño.
—Es una zona muy particular por la mezcla de una corriente fría y otra cálida…
—Es un ambiente totalmente distinto a donde se pesca la merluza. Hay una una influencia muy fuerte de la corriente de Malvinas, que es una corriente muy fría que viene del sur y que va todo pegado al Talud y que más al norte, en la altura del Río de la Plata, se cruza con una corriente caliente que viene de Brasil. Esta zona es nueva. En Mar del Plata tenemos el Instituto de Investigación y Desarrollo Pesquero que hace campañas de evaluación de recursos de merluza, de calamar y demás, pero no a esas profundidades.
—¿Qué va a pasar con estas muestras y cómo sigue el proceso cuando la expedición termine?
—La ciencia es un proceso largo. El procesamiento es la segunda parte que se viene, por ejemplo, en relación con la diversidad de descripción de especies. Una descripción de una especie supone un montón de pasos: primero tomar la muestra, después se hace una descripción con dibujos, con fotos, algunos estudios complementarios, se puede usar microscopía. Después se envía a una revista, generalmente es internacional, donde es evaluada por pares quienes confirman si se trata o no de una nueva especie y se le pone un nombre. Todo esto puede llevar años y es mucha la información que se está tomando.
Se busca también no solo describir las especies, sino conocer cuántas hay en cada lugar y tratar de georreferenciar esa información. A cada muestrita que se toma se le asigna un número, ese número está geolocalizado en una determinada área y en un determinado lance en referencia a una determinada estación, lo que permite saber cuánto hay y dónde estaba para mapear el fondo marino. Todo eso es tiempo, procesamiento de análisis, de video, generación de datos para después analizarlo estadísticamente y demás. Esto recién empieza.
—Es una coyuntura crítica en relación a la inversión y a la importancia que se le da al sistema científico y tecnológico nacional, con un gobierno nacional que subraya la mirada del mercado para tomar las decisiones. ¿Por qué es importante la mirada científica?
—Se cruzan varias aristas. Un país necesita el desarrollo económico. Pero muchas veces las investigaciones que se inician no tienen una función netamente económica o son directamente transferibles. Uno pone un granito de arena más para que después eso se aplique en el futuro. Es difícil decir qué investigación va a dar un resultado aplicable y cuál no. Generalmente los países invierten en ciencia, el doble o el triple de lo que está invirtiendo Argentina, y eso no se discute. Es una cuestión de soberanía. Las campañas que se hicieron con otros buques, Puerto Deseado y el buque Austral, eran de bandera argentina y se hicieron cuando había un fomento a la investigación. Había un programa, Pampa Azul, que buscaba poner en valor el mar como un polo de desarrollo para Argentina. Hoy esos programas se encuentran totalmente desfinanciados y paralizados. Y estos dos barcos están en un astillero y no se sabe si van a volver a navegar.
Estamos en un momento crítico. Esta semana se hizo una jornada de protesta porque a esto se suma el salario de los investigadores y la falta de financiamiento para la investigación. La ciencia no es de los científicos y de las científicas, sino que es para Argentina. Son especies que se describen para acá, que si no las va a describir otro. Son nuestros investigadores y nuestros científicos formados en universidades públicas los que hacen ese trabajo y con altísima calidad. No cualquiera se sube a ese barco. Uno tiene que postularse, presentar un proyecto que se evalúa y, entre muchas solicitudes, eligieron la de este grupo liderado por Daniel Lauretta. Es un orgullo para nosotros.
—Esa postulación ¿es algo que se hace habitualmente de parte de la comunidad científica?
—Sí, nosotros regularmente aplicamos a solicitud de financiamiento. Se presenta un proyecto que es evaluado por pares, quienes hacen una devolución y le ponen un puntaje. Se entra en un ranking y se decide si es financiado o no. Eso se hacía a nivel nacional con la Agencia de Promoción Científica y Técnica, que estuvo sin autoridades hasta hace poco. Hoy ya no hay convocatorias nacionales entonces buscamos convocatorias de financiamiento externo, que siempre estuvieron, pero para las que ahora hay más requerimiento. Esta expedición en particular coincidió con una trayectoria de este grupo de aguas profundas y con que este barco iba a venir a esta zona. Además es una tecnología que no está disponible acá. Hoy cada vez más gente está aplicando a subsidios de afuera y tenemos nuevamente gente que se está yendo, lo que se llama fuga de cerebros de investigadores y docentes de las universidades y el Conicet.
—En medio de este furor por la expedición la ciencia atraviesa una situación crítica, con paros y protestas de parte del personal de Conicet, ¿qué nos podés contar de esta realidad que están viviendo?
—En Mar Del Plata hubo una convocatoria en el Polo Científico en Buenos Aires y hay réplicas en distintos lugares. Los problemas son múltiples. Los subsidios en investigación están totalmente paralizados. No hay plata para investigar, así que usamos lo que nos sobra de subsidios anteriores. A eso se suma que no estamos teniendo ingresos de personal a Conicet. Uno hace una carrera muy larga, una carrera de grado que lleva 6 o 7 años, después hace un doctorado que son otros 5 años, un post doc otros 3 años y después pide ingreso a la planta permanente. Esa planta está paralizada y no hubo ingresos. Hay gente que fue evaluada positivamente y tendría que haber ingresado pero hace dos años que no se efectivizan esos nombramientos. El mayor problema es a largo plazo ya que no estamos teniendo nuevos investigadores que se sumen, o sea, no vamos a tener quién analice esta cantidad de información que se generó con esta campaña. Es una pérdida de gente formada durante mucho tiempo con una inversión muy grande de parte del Estado que se termina yendo por una oferta en el exterior.
Para que estas muestras se aprovechen se necesita financiamiento y gente trabajando porque no se va a describir sola la especie y no hay posibilidad que esos datos sean útiles. Tienen que transformarse en un dato científico que es un proceso largo. Por suerte, el resto de la sociedad se ha apropiado de la defensa. Las redes y los medios de comunicación fueron muy importantes en la viralización y estamos muy contentos con eso.
—Yendo a un plano más personal, ¿qué te motivó a seguir esta carrera? ¿Y cómo ves la repercusión en las infancias? ¿Creés que esta expedición puede ser un incentivo para las próximas generaciones?
—Si lo pienso en términos personales, te diría que sí, porque soy rosarino y mi interés por el mar nació al mirar los videos de NatGeo o Discovery Channel. Ahí dije quiero ser biólogo y por eso me vine a Mar del Plata donde hice la carrera de grado. Creo que sí va a haber una repercusión. Uno ya lo está sintiendo de alguna manera. Hay personas que preguntan dónde se estudia. Vamos a tener un aluvión de estudiantes, esperemos. El tema es poder darle una contestación a eso y poder tener ofertas para presentar, no desde lo educativo, sino después de recibido. Muchas veces uno elige por vocación, pero al fin de cuentas uno tiene que tener ingresos y hoy está complicada la situación.