miércoles, 3 septiembre, 2025
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Así en el fútbol como en la vida

“El editor de este libro, Hugo Levin, socio vitalicio de Argentinos Juniors, reconoce explícitamente la diversidad futbolera de quienes hicieron posible esta publicación. Dana Babic y Ariel Scher, hinchas de Racing; Eduardo Sacheri, de Independiente; Pablo Di Marzo y el gran Juan Sasturain boquenses de «razón y corazón». Así empieza Gracias por el juego, publicado por la editorial Hugo Benjamín. Contiene los textos que Sasturain publicó en su Wing de metegol (2004) y relatos agrupados en Gracias por el juego (2017). Libro futbolero ciento por ciento.

Y de calidad: Sasturain, ex Director de la Biblioteca Nacional, cuentista, novelista, periodista y, sobre todo, boquense desde siempre, fue uno de los que más y mejor hizo por la literatura futbolera en nuestro país. Está a la altura de otros dos grandes: Fontanarrosa y Soriano. Lo ratifica Eduardo Sacheri en el epílogo de Gracias por el juego, en el que coloca a Sasturain en el mismo podio: «Pienso, sobre todo, en dos autores importantísimos en la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX: Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano. A riesgo de ponerme pomposo, diría que ambos ‘legitimaron un campo literario’. Dicho en criollo: si dos monstruos de esa envergadura un buen día decidieron ‘voy a escribir de fútbol porque se me canta’ y lo hicieron como lo hicieron, dieron el debate por saldado. Demostraron que lo que torna literario un texto es su forma, su entramado, sus matices, su profundidad, su irreverencia, no la materia del argumento. Se puede hacer buena literatura hablando de fútbol, de marcianos o de carburadores. Claro que esa capacidad no está al alcance de cualquiera». Y después cuenta por qué agrega a Sasturain.

Pero antes, en el prólogo, escribió Scher: «Sasturain es un experto en que la vereda y la academia se junten»; y también: «Roberto Fontanarrosa, que quería a Sasturain por tipo noble pero leía a Sasturain no porque lo quería sino porque se trataba de un disfrute, dijo todo esto bastante mejor y bastante más rápido durante una noche en la que acudió a metros del Obelisco para presentar alguna de las creaciones de Sasturain. ‘El libro lo escribió Sasturain y es de fútbol. ¿Hay alguna posibilidad de que no sea extraordinario? –le planteó a un auditorio sorprendido–. Señoras y señores, ninguna posibilidad. Por supuesto que es extraordinario. Así que hablemos de otra cosa’. El público se derrumbó por las carcajadas. Y porque, envuelta por las carcajadas, habitaba una verdad».

Ahora, en Gracias por el juego, Sasturain permite a sus lectores (los nuevos y los de siempre) pensar en el fútbol desde otra mirada. Demuestra una vez más que el fútbol escrito no siempre es solemne; puede, como en este caso, llevar a la sonrisa, que no es otra cosa que esa expresión sutil de aquel que disfruta de leer.

«El comentario burlón y borgeano de describir al fútbol como el absurdo espectáculo de 22 pelotudos corriendo detrás de una pelotita mientras otros miles o millones (de pelotudos) los miran es compatible en casi todos sus términos. Una vez más el maestro del tanteo tiene razón. Cabe aclarar –eso sí– que cualquier otra actividad humana produce, si se la observa y describe con objetividad, la misma sensación de extrañeza y sinsentido: trabajar en una oficina de 9 a 18 vestido de traje y corbata ante una máquina y atendiendo regularmente un aparatito receptor de voces a distancia; forzar el cuello durante horas frente a pantallas en que se cotizan valores que no existen sino en el aire viciado de los especuladores y llegar a la úlcera por el oscilar de los numeritos… Cortázar y Perec, entre otros, han cultivado el estupor, revelando el absurdo con la sola descripción minuciosa de lo que pasa»: Sasturain nos hace observar que el fútbol puede ser tan ridículo como otras cosas de la vida diaria. O, dicho de otra manera, que puede ser tan importante como otras cosas de la diaria.

Y se lee además a Sasturain: «La innegable popularidad del fútbol se fundamenta en el hecho de que la mayoría de la gente vive la vida como un partido de fútbol o –a la inversa– que un partido de fútbol es lo más parecido a cierto tipo de vida nada excepcional: la vida cotidiana».

Nos recuerda en cuánto más de lo que creemos nos influye el fútbol. En ese sentido, leer el texto El picado playero es un viaje de ida. Cuenta cómo se arman esos partiditos de verano sobre la arena sin leyes formales. Empiezan con una Pulpo o una de esas pelotas livianas que obligan a la destreza para intentar dominarla. Los pseudo jugadores no se conocen y se llaman entre ellos según sus colores de pantalón u otras particularidades. A veces no hay arqueros y el mar puede ser el límite del juego. Después, cada uno vuelve con su familia. En otro texto rescata al Obelisco como símbolo de las celebraciones argentinas. O nos habla del famoso picado y sus diferentes formas de jugarlo. El fútbol, según Sasturain, «evidencia una verdad esencial: el objeto primordial de un deporte no es la equívoca salud ni la enferma competencia –deformaciones simétricas– sino el juego. Y en el fútbol nunca se deja de jugar, en todos los sentidos: diversión, apuesta, riesgo, simulacro. Precisamente como en la vida».

Releer el texto La larga carrera de Burruchaga contra la muerte, en el que ensaya sobre el gol que significó el título en México ‘86, es un viaje en el tiempo. Sasturain también escribe sobre Batistuta y Palermo. Y Diego, claro. Y hasta Messi, comparado con el Quijote o relacionado con Ricardo Piglia y Jorge Luis Borges. Y no olvida a su admirado Juan Román Riquelme.

En ese viaje hacia el ayer no más del fútbol, Sasturain destaca la presencia de Ariel Ortega en sus tiempos de River. Pero no habla de cualquier Orteguita: «El Ortega jugador, no el profesional del fútbol, claro. Que tampoco es lo mismo (…) Sobre todo, Ortega es un burrito que gambetea».

Ya en el cierre, Sasturain –que nunca niega su condición boquense– va un poco más allá al definirla como su propia bostería a la que ingresó cuando era pequeño: «Esas identidades que se adquieren en la niñez no son éticamente negociables sin altos costos, desgarros interiores y descrédito hacia afuera: es sabido que podemos cambiar de religión, de pareja, de partido político con coherencia y jactanciosa declaración de autenticidad. Incluso, hoy, salir del placard entre aplausos. No podemos, en cambio, cambiar de identidad futbolera sin el consabido abucheo, el cínico reconocimiento de ser una persona sin códigos».

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