La incertidumbre política se apoderó de Nepal, que este jueves continuaba bajo toque de queda nacional, con el Ejército patrullando las calles de la capital, Katmandú, después de las protestas que condujeron a la renuncia del primer ministro y que dejaron edificios gubernamentales en ruinas tras los incendios.
Los líderes de facto del movimiento de protesta se reunieron con oficiales militares y dijeron que apoyaban a una expresidenta de la Corte Suprema de Nepal para dirigir un gobierno provisional. Pero los próximos pasos para formar un gobierno no estaban claros, mientras el país empezaba a reconstruirse tras dos días de disturbios. Grupos de ciudadanos autoconvocados empezaban a retirar escombros.
Se confirmó la muerte de al menos 30 personas, 19 de ellas a manos de las fuerzas de seguridad que respondían a las manifestaciones masivas contra el gobierno ocurridas el lunes. Lideradas por adolescentes y jóvenes, fueron las protestas más generalizadas en Nepal desde que se convirtió en una república democrática en 2008.
Los manifestantes, un movimiento que no tiene un solo líder, se describen a sí mismos como la voz de la generación Z de Nepal, que está enojada por la corrupción, el desempleo y la desigualdad.
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Como la mayoría de las actividades de la generación Z, el movimiento de Nepal comenzó en internet. En las semanas previas a la violencia, la etiqueta #nepokids (que se refiere al nepotismo, jóvenes con privilegios solamente por ser «hijos de») empezó a ser tendencia en las redes sociales nepalíes en publicaciones que mostraban el lujoso estilo de vida de los hijos de la élite política en un país donde la mayoría de los jóvenes lucha por ganarse la vida.
Una prohibición de las redes sociales encendió la mecha. La semana pasada, las autoridades nepalíes prohibieron 26 plataformas de redes sociales (Facebook, Messenger, Instagram, YouTube, WhatsApp, X, LinkedIn, Snapchat, Reddit y Pinterest, entre otras), tras vencer el plazo para que las empresas cumplieran los nuevos requisitos de registro ante el gobierno.
La prohibición generó temores de que se restringiera la libertad de expresión de los 30 millones de habitantes de Nepal y perjudicó al turismo, una industria clave que depende de las redes sociales para llegar a los viajeros. El apagón de las redes sociales también aisló de sus familias a unos dos millones de trabajadores nepalíes que viven en el extranjero. La economía de Nepal depende en gran medida de las remesas de estos trabajadores.
Los disturbios se intensificaron rápidamente. Las protestas comenzaron el lunes en Katmandú y otras partes del país y escalaron con rapidez. En la capital, los manifestantes acusaron a la Policía de abrir fuego contra multitudes de jóvenes que se habían dirigido hacia el complejo del Parlamento y habían cortado rutas.
Tras un día de enfrentamientos mortales, el gobierno revocó el martes la prohibición de las redes sociales, pero no fue suficiente para calmar los disturbios.
Aunque en internet hubo innumerables llamados de la generación Z a permanecer pacíficos, hubo grupos que causaron destrozos en las calles cuando se abalanzaron sobre las barricadas, saquearon comercios e incendiaron oficinas gubernamentales, la Corte Suprema y viviendas de políticos. Prendieron fuego a Singha Durbar, sede del gobierno nepalí, y dañaron aeropuertos y hoteles. El martes, el primer ministro y otros cuatro funcionarios de la primera línea del gobierno ya habían renunciado.
El mayor conglomerado mediático de Nepal suspendió dos de sus publicaciones digitales, entre ellas The Kathmandu Post, después de que los manifestantes quemaran sus oficinas.
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Un grupo que afirmó representar al movimiento de la generación Z anunció el miércoles que se había reunido con dirigentes militares y que había propuesto a una expresidenta de la Corte Suprema, Sushila Karki, para encabezar un gobierno provisional. Karki deslizó que estaría dispuesta a aceptar el cargo.
Lo cierto es que en las calles militarizadas de Nepal se pueden ver los restos del caos y se respira tensión e incertidumbre ante la virtual acefalía gubernamental, sin respuestas políticas claras luego de los gravísimos incidentes.
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