martes, 4 noviembre, 2025
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La llorería: el duelo, la memoria y un viaje iniciático hacia el periodismo

“La llorería” es el libro más personal de Martín Sivak. A partir del abandono que sufre por parte de una mujer vuelve atrás en su vida: otros abandonos, la muerte de su madre y el viaje iniciático de un periodista joven con un avezado documentalista inglés por Latinoamérica y su relación de amistad a lo largo de una vida. De paso por Rosario, Sivak habló en el programa «Feos, Sucios y Malos» de Radio Universidad sobre su inmensa obra, que empezó a gestarse cuando entró en el periodismo con sólo 18 años.

—Este libro es leído como una continuación de “El salto de papá”, uno de los mejores libros de no ficción que a través de la muerte de tu padre logra narrar la historia política de los 80 y los 90 en la Argentina.

—Trabajo como periodista desde los 18 años y siempre me resultó más fácil escribir sobre la vida de los otros. Y me sigue resultando más fácil. Entonces, hay dos pequeños licencias o dos pequeños descansos o dos pequeños intervalos. Primero, para escribir el libro sobre mi papá, que es un género medio universal, que es la memoria de hijos que recuerdan del modo que pueden o que quieren a sus padres. Y después de ese libro me pasó algo que no nunca me había pasado: no tenía siguiente libro y estaba muy bien con eso. Yo no tengo una necesidad de escribir libros. Con las notas periodísticas estoy muy bien; y entonces ese año y medio que no tenía ningún tema de libro empecé un documento muy privado, que es el diario de una separación, que ni remotamente pensaba en publicarlo.

—Cuál era el objetivo de ese diario.

—Organizar la desesperación, la desesperación de un momento de mucho dolor. Era un documento privado que lo iba engrosando, digamos, día a día sin nada demasiado interesante. Yo trabajaba en una editorial, contaba los pasos que escribía todos los días, las frutas que comía, digamos, la vida cotidiana. También para reírme de ese dolor. Y ahí se me apareció y para salir un poco de ese dolor y también para reírme un poco de ese dolor, mi mejor trabajo como periodista, el mejor trabajo en el sentido del trabajo más deseado, que fue cuando yo tenía 25 años, con un documentalista de la BBC que había hecho el primer documental sobre los talibanes.

—Cómo llegas a ese trabajo.
— Sean Langan vino a la Argentina como parte de toda esta legión de periodistas que vinieron después del 2001 con una idea de hacer un viaje desde Buenos Aires a Tijuana, cuyo centro de referencia era «Diario de Motocicleta» del Che Guevara. Y yo, que tenía 25 años, sentía que era el trabajo ideal porque viajamos durante 8 o 9 meses por América Latina, terminamos en Tijuana. Entonces, yo quería escribir sobre él. Me interesaba escribir sobre él, sobre ese viaje. Que es un gran personaje, además. Ese viaje fue como una especie de educación profesional y sentimental para mí. Yo tenía un trabajo en Buenos Aires y quería irme.

—Cómo fue ese viaje y esa relación con Langan.
—Yo nunca estuve en un tiroteo, la única vez que estuve en un tiroteo en mi vida fue con Sean Langan en Caracas. Y él quería filmar el tiroteo y yo soy de la escuela de los que creen que no vale la pena arriesgar la vida por filmar un tiroteo. Sean, durante toda su vida arriesgó tanto que, en el 2008, él tenía como objetivo entrevistar a Bin Laden, la primera entrevista con Bin Laden. Entonces, se fue a unas montañas remotas en Pakistán y finalmente lo secuestraron los talibanes. Lo secuestraron, pidieron un rescate, lo pagaron, fue una gran noticia, hay una película sobre este caso. Después de ahí, su vida se truncó.

—Por qué.
—Él salió muy mal, no solamente por el estrés postraumático, sino que no lo volvieron a contratar entre otras razones porque él contó que el Canal 4 pagó un rescate y eso por las leyes antiterroristas del Reino Unido no se puede. Hay algo de su caída que me acercó muchísimo más a él. Como en general creo que casi todos terminamos empatizando más con esa gente. Esa vida a mí me interesaba contarla, porque es como evitar la victimización. Él escribió cosas muy fuertes sobre que su vida después. Fue tan mala que él extrañaba ese cuarto oscuro donde tuvo simulacros de fusilamiento.

—Eso también figura en el libro, ¿no? Además esa historia se cruza con la muerte de tu mamá.
—En el primer intervalo del viaje con Sean él tenía previsto volver a Londres, porque iba a nacer su hijo más chico Luke. Estamos hablando de septiembre del 2002. Y yo tenía que volver a Buenos Aires. Y nueve días después de mi llegada, mi mamá que tenía un cáncer de pulmón se murió. Pero no era algo que yo pensaba… de alguna manera también fue algo sorpresivo. Y todo hizo que volviera sobre el duelo de la muerte de mi mamá, sobre la vida de mi mamá, y sobre cuestiones que pensé que no iba a escribir.

—El libro, pese a ser una historia personal, está estructurado también como un libro de no ficción, o lo que entraría dentro del género de la autoficción. Cómo lo evaluás.

— Yo no soy un especialista en géneros. Hay algo de memoria, hay algo de autoficción, hay algo de perfil periodístico, hay algo de memoria epistolar familiar, porque las cartas de mi mamá, mi papá, son las que me dan el final del libro. Yo no lo escribí deliberadamente pensando en los temas universales, porque ahí sí sería como, no sé, pretencioso pensar. Pero sí, tuve una especie de revelación: una vez que estaba escribiendo un libro y estaba en el subte y, claro, hay un momento de ese dolor tan desgarrador que pensás que sos la única persona en la Tierra que estás sufriendo, y estaba en el subte y vi que ahí había 11, 12 personas y a 11 le estaba pasando exactamente lo mismo entonces, o alguna vez le pasó lo mismo.

—¿Qué pasó cuando el libro estuvo listo, ya está, se imprimió? ¿Qué sentiste?
—Sí, se fue, salió, sentí alivio. O sea, otros libros me pasó por ahí que tuve sensaciones distintas. Acá fue alivio. O sea, los títulos de los libros y las fotos, y la ilustración de tapa, siempre es como difícil, no siempre está tan claro. En este caso había muchas opciones distintas de ilustración. Y cuando yo no sabía qué ilustración, y desde la editorial me dijeron: “Una foto de tu mamá”, quedé como un poco en shock. Y estaba con mi hijo más chico y agarramos una bolsa de fotos, empezamos a ver y mi hijo más chico tiene 3 años y se vio evidentemente un poco parecido al que estoy en la foto con mi mamá. Y dijo, «Vamos con esta». Y entonces ahí ya sentía alivio. Ese fue el primer momento de alivio. Yo no creo que la escritura sane, a veces se le pone, hay demasiada expectativa en escribir. Uno puede hacer un duelo sin escribir y lo puede hacer muy bien. A mí me salió así y una vez que se pudo terminar… Hay algo también que es una expresión en inglés, que es muy linda, que yo no la decía mucho, que es: traer a alguien a la vida. Traer a la vida a mi mamá, que siempre tuvo una actitud muy, muy vital, o sea, ella cuando se enfermó de cáncer era una situación personal muy difícil, profesional, económica, y aun así en ese momento tan difícil, que ella haya tenido esa pulsión tan vital de querer curarse, como que eso yo quería que estuviese en el libro.

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