La escritora Ana Dobson presenta su libro «Al norte del trópico de cáncer» el jueves 13 de noviembre a las 19 en el bar Nuria de la Librería Homo Sapiens, Sarmiento 829. Acompañan a la autora Lucía Corvalán, Edgardo Juárez y Marcelo Scalona. Habrá música acústica a cargo de Ignacio Corvalán y Tomás Mirad.
Las mil y una noches de Ana
Por Marcelo Scalona
Una primera lectura ingenua y simple podría decir que este libro trata de unos relatos de una madre (Elena), cuya hija muy joven (Clara, 19), se ha ido a vivir y a trabajar a Egipto como bailarina de danza árabe, labor profesional de la chica. Que luego, Clara, en su destino, se enamora de un jefe egipcio de su área de trabajo (Ibrahim), y piensa quedarse a vivir en Oriente, lo cual supone una situación de pérdida para Elena, pues se trata de una hija de apenas 19 años en un país con otra cultura, otra sociedad, otros valores y otro futuro. Ese es el conflicto más evidente y objetivo de este libro: la hija perdida. Eso funciona como el planteo del texto, que luego tiene su desarrollo hacia un final sorpresa, al que se llega por una historia ordenada de forma causal y cronológica: 15 cuentos.
Sin embargo, y más importante, luego están los conflictos subyacentes, más profundos, subjetivos, personales, ideológicos, culturales y sociales. Y si uno conoce los dos libros anteriores de la autora (Las Secuencias, CR Editora, y El invierno que tarda en llegar, Ed. Ciudad Gótica), sabe que Ana Dobson es una gran escritora de ficción y trabaja a partir de las lindes de lo real, y desde allí todo se expande al misterio, al suspenso, creando atmósferas fantásticas en lugares reales e irreales, con personajes verdaderos y falsos y con hechos verídicos aunque improbables pero verosímiles.
Dobson tiene una fantasía fértil y una imaginación poética desbordada, que son una marca de su estilo y una señal de placer para el lector, un capital simbólico que se funda en una biblioteca larga, siempre precedida de su adorado Rimbaud, y de una subjetividad profunda, laberíntica que recuerda a la de Lispector o la de Woolf, una verdadera maraña donde el yo comparte el mundo con cada persona que trata o la trata. Intratable también.
Sus lectores esperamos todos los años esta carga de historias que parecen sueños, esos ambientes y climas densos, mágicos, peligrosos, pero siempre dentro de una aventura humana e incierta. Así, admito, enamorado de ese tono, yo espero con ansiedad sus libros para tratar de reconocer en algún fragmento, un color de la tarde, una lectura, una charla, una parte de una noche, en que estén, de un modo velado, quizá sólo como una vislumbre, el naciente, la inspiración, el silencio compartido de su escritura.
AL NORTE DEL TRÓPICO DE CÁNCER otra vez es el tipo de libro de relatos que, como los llamó Julia Kristeva en “Historias de amor”, son figuras barthianas. Es decir, una narración literaria donde la estructura se forma con distintas capas y el placer del texto acumula la verdad de principio a fin (cuatro viajes reales a Egipto –idas y vueltas- y dos a Dubai, ida y vuelta), pero en el medio, en el desarrollo de la historia, aparece la invención o lo que es lo mismo, el trabajo que hace un autor fantástico con la realidad. Y para colmo en este caso, en un escenario histórico (Oriente) siempre misterioso, extraño y fascinante para quienes somos de Occidente.
En ese núcleo del libro aparecen los personajes y hechos de ficción, Ahmed, el driver de Luxor, Amira, la mujer enferma en el ferry, las aves de Zamalek, los tenebrosos guías del Ministerio de Turismo egipcio, las puertas secretas, las llaves extras para algunas tumbas, una bailarina atravesada por un amor imposible que produce la aparición oportuna y pertinente de la ópera Aída de Verdi como una soberbia intertextualidad con Clara, la niña bailarina que hay que rescatar; el célebre café Riche de El Cairo; las plantaciones de papiros donde nació la escritura humana donde hay mensajeros como Odín, Azrael o el arcángel Miguel, y Valquirias; Luxor, Tebas, Alejandría, Marsa Alam, Giza, Cairo, Abu Simbel y el Mar Rojo, hasta una escena onírica en el hotel Marina donde a fuerza de muchos tragos de curacao, Elena tiene un sueño tan extraño y opaco como premonitorio.
En este punto del análisis faltan las tres últimas figuras retóricas del libro, y allí deberán llegar solos, por obvias razones, porque es donde está el desenlace de la historia. Lo que es seguro, es que el lector se verá y sentirá empíricamente viajando por Oriente con una prosa tan visual, florida y minuciosa al detalle. Dobson saber usar muy bien las figuras barthianas de la delicadeza y la fatiga amorosa, tanto así que consigue asirse al placer del recuerdo de una lata de tomates que ha quedado junto a su heladera, para darse valor y seguir el rescate de sus personajes y un viaje tan fascinante y agotador por el desierto egipcio y el desierto existencial de la vida.
Ana Dobson sostiene con una convicción infrecuente en esta época, su estilo fantástico de conciencia, subjetivo, de gran potencia onírica y surrealista. Ya está ubicada allí con tres libros que hablan de solidez, coraje y trabajo.
Este libro también es un homenaje al amor más grande que conoce el ser humano: el amor a los hijos, y también un canto al coraje enorme de dos mujeres, Elena, la madre, y Clara, la hija.
