Cruzar la mirada con sus ojos huecos de cemento, que no parecían mirar el cotidiano revuelo urbano sino un impreciso punto entre el pasado y el después, entre la esperanza y la impotencia, representaba un momento de estremecimiento vivo frente a un rincón de sordidez en la esquina de La Cañada y Deán Funes. “Las Niñas de la Cañada”, una de las más bellas y profundas obras del gran escultor cordobés Miguel Angel Budini (1911 – 1993) y del patrimonio artístico de la ciudad, han resistido décadas de intemperie en un contorno descuidado y desprotegido, en la pequeña plazoleta llamada “José Malanca”.
Acaso es por eso que la más pequeña se aferra fuerte al brazo de su hermana, temiendo a la eternidad de esa intemperie. Ambas, con la sencillez de la pobreza como vestidos. Fueron emplazadas originalmente –en los últimos años de la década de 1960– en la esquina en diagonal a la actual. Entonces, también se les llamó “Las hermanas”. Hasta que el día del Cordobazo, el 29 de mayo de 1969, un vehículo policial les pasó por arriba. Es decir, cargan con un sino adverso real, más allá de lo simbólico que representan.
“Mis negritas”, les decía Budini, en una expresión cargada de afecto personal y social. Es que la obra era un testimonio sobre la soledad y la incertidumbre de tantos niños pobres que por generaciones asoman a esta ciudad pero, a la vez, está hecha de tal modo que una pátina de conmovedora ternura (esa esencial que despiertan los niños y las niñas para poder entrar a la vida y caminar en ella) recubre sus gestos. Fue el modo de Budini para hablarles a los cordobeses, a los que pasan y pueden conmoverse.
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Y si habían quedado solas, naufragando en una fuente seca entre restos de basuras y agresiones con pintura, a una cuadra del edificio municipal, una gran tormenta de finales del último enero derribó un viejo árbol que cayó sobre el espacio sin protección de la escultura. Sólo quedaron sus piecitos aferrados a la base en medio de ramas y pedazos del tronco. “Las niñas” ya no están en su esquina.
La recuperación
¿Cuándo volverán “Las Niñas…” a la vieja esquina? Desde el 2 de febrero la escultura está en el Cabildo. En la Secretaría de Cultura informan que está en pleno curso el proceso de su restauración y reposición, incluso ya aprobado el presupuesto, aunque el trámite llevará tiempo, en especial teniendo en cuenta recientes cambios en el gabinete del área.
Mientras, es el escultor Gabriel Mosconi quien se prepara, junto a su socio Juan Suárez (ambos especialistas en restauraciones) para la tarea. Juntos emprendieron la restauración de 2018, que fue una iniciativa de las escuelas Paritaria Italo-Argentina Dante Alighieri y Bilingüe Bicultural Castelfranco, con el respaldo de la Municipalidad entonces comandada por Ramón Javier Mestre. Aunque esa restauración no duró demasiado sin protección.
Mosconi (escultor, escenógrafo y docente de la UNC y del seminario Jolie Libois), cuenta que el trabajo apuntará a la materialidad original de la obra: cemento, arena y piedra amarilla. Se trabajará con la idea de impedir que la pieza se agriete.También piensa en un levantamiento lateral con adoquines.
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“Las niñas…”, cuando regresen, no pueden seguir expuestas al vandalismo y a la intemperie sin más. Acaso se necesite un pequeño muro que la separe del desapacible contexto, que incluye motos estacionadas a sus espaldas, y una barrera a la depredación, entre otras acciones de protección para semejante obra que suma belleza y sentimiento a la urbanidad. Sería, además, un homenaje a Miguel Budini, que a sus 40 años cambió la pintura por la escultura, y sería el primer escultor cordobés en ganar un Salón Nacional (1975). La ciudad guarda otros testimonios suyos, como las estatuas de José María Paz y Vélez Sársfield, frente a los Cuarteles del Ejército, en el camino hacia La Calera. Las hizo intentando buscar una respuesta sobre su hijo desaparecido; nunca la tendría.
Cuando “Las niñas…” regresen, el silencioso murmullo de sus bocas quietas y sobre todo sus ojos huecos de mirada profunda volverán a estremecernos con susurros de tiempo, belleza y, a la vez, con las viejas y nuevas conmociones de nuestros abismos sociales.